
Más de una vez nos asaltan las dudas cuando recordamos las cosas que quisimos hacer, las vocaciones que hubiéramos querido desarrollar en algún momento de nuestras vidas y que, por diversas circunstancias, se frustraron. Así se fueron arrinconando sueños y mucho de lo anhelado quedó enterrado junto a otros proyectos en un olvidado baúl de nuestra memoria.
Si llegamos a una edad adulta, donde ya no hay posibilidad de dar un paso atrás para retomar viejas sendas, sentiremos que un hilito de amargura se desliza por nuestra garganta. Quizás nos cueste comprender que no todos los sueños se cumplen, ni todo tiene colores en la vida. Nadie queda absolutamente satisfecho de su paso por el mundo, aunque este haya sido felíz y promisorio. Es nuestra naturaleza. La misma que no nos permite darnos cuenta que si se hubieran realizado todos los proyectos que alguna vez elaboramos, no se hubieran cumplido otros que nos hicieron muy felices. Que nuestra vida hubiera sido otra -no sabemos si mejor, no sabemos si peor-, pero otra al fín.
No hay que abatirse por lo que no concretamos, sino regocijarse por lo hecho, no importa lo mínimo que sea. Ese pequeño acto, en definitiva habrá marcado a fuego nuestro paso por la tierra, aunque nadie lo sepa, aunque quede ignorado por los otros. vivir lo que resta es lo que cuenta, nada más ni nada menos.
Be the first to comment