
En los últimos años, se ha hecho cada vez más frecuente la manifestación de actitudes psicopatológicas en niños y adolescentes. Algunos de estos casos, por su magnitud, tomaron estado público y convirtieron a sus protagonistas en objeto de minuciosos análisis mediaticos.
Sin embargo, una investigación más profunda de los hechos demuestra que estas actitudes inadaptadas y agresivas no se presentan en forma esporádica e imprevisible; sino por el contrario, son la eclosión de una serie de conductas inapropiadas que de haber sido detectadas en el momento oportuno se habrían evitado situaciones desgraciadas.
En general, los padres tienen tendencia a autoengañarse con relación a la conducta de sus hijos, ya sea justificando o tolerando como “rabietas” ciertos actos que bien podrían ser considerados como síntomas de confllicto. Y dado que los niños y adolescentes pasan la mayor parte del tiempo en las instituciones escolares, son los maestros quienes gozan de una posición privilegiada para observar en forma objetiva, las actitudes de los alumnos con la posibilidad de brindarles una solución terapéutica dentro de la escuela.
La situación social amplía el papel de los educadores, quienes deberían prepararse para poder detectar anormalidades en el desarrollo mental y emocional de los educados.
Sin embargo, reducir la resolución del problema de la violencia en las aulas a la observación minuciosa de los maestros sería muy superficial. Es obvio que esta es sólo una parte de la tarea preventiva a implementar para evitar que la situación se agrave.
La otra parte del problema pasa por los primeros estadios de la infancia del niño, donde se aúnan las actitudes permisivas -“es chiquito, no entiende”- con la violencia en el trato a nivel familiar y social. ‘
Vivimos en un mundo donde predomina el respeto al más fuerte y la subestimación del intelecto, donde los violentos se desenvuelven con total impunidad y los pacíficos deben resguardarse, donde la justicia da pautas contradictorias y poco claras y donde, desde los juguetes hasta las películas, hay un constante bombardeo de violencia sanguinaria donde la vida y la muerte pasan por los mismos parámetros. Es absudo pretender que los individuos conformados en una sociedad con estas características puedan establecer un contacto satisfactorio con su entorno.
Volviendo a la idea inicial, podríamos considerar que es la escuela la que presenta algunas soluciones inmediatas: la sagaz intervención del maestro, así como actividades que permitan a los alumnos externalizar sus emociones, complementando el nivel académico con tareas donde, libres de conflictos, puedan desarrollar su autoconfianza. El sistema educativo puede y debe actuar preventivamente.
El resto es a largo plazo y consiste en una toma de conciencia sobre nuestra conducta y el respeto que nos merecen las normas que configuran una sociedad ordenada y justa. Volver a las fuentes, o como decían nuestros mayores: Enseñar con el ejemplo. Es hora de empezar…
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