En Palermo: Vídeo-experencia y Arte sonoro en la U.P.

Letras grandes blancas sobre las paredes

(Performance sonoro-visual a cargo del Ensamble LEMC en el Espacio Cabrera de la Universidad de Palermo)

Cuando el pasado viernes 27 de abril se desarrolló la primera entrega del ciclo “Video-experiencia y arte sonoro”, se abrió también un punto de reflexión, o la puerta a debate posible sobre los interrogantes sobre qué es una obra, qué es el arte experimental, qué tanto tiene que ver la experiencia o las respuestas del público, cuáles son los límites de la formalidad, de lo académico o el riesgo artístico.


Principalmente lo que sucedió fue un experimento, una obra que se armaba y desarmaba en vivo, con todo el riego que eso implica, con el manejo de los tiempos ahí con el público presente. Claro que había una guía, un mapa conceptual y una fuerte idea motriz sobre la cual se trabajó antes y durante la performance.

 Fue una pieza en varios actos que iban involucrando y contraponiendo en escena la rigurosidad técnica de los músicos, a la vez que exponía su lado más humano en las pantallas. Jugaban con los timbres y texturas sin componer un tema musical, puesto que no era el fin dar un concierto, sino extrapolar -con algunas ironías incluso- la severa noción académica que hay en la música contemporánea, o esa cosa de que es para pocos entendidos… Si bien la música que tocaron no era de carácter popular (eran sólo fragmentos instrumentales bajo ordenes específicas) también hubo silencios muy valiosos y “el todo” podía ser comprendido y disfrutado por cualquier oyente.


A su vez, el acompañamiento visual era austero pero muy claro. En algunos casos eran letras grandes blancas en las pantallas que enmarcaban la situación como si se tratara de algo muy serio, sólo que luego, quienes habían dado esa señal entraban en escena y cambiaban de lugar las cosas, reorganizaban el espacio escénico de otra forma, creaban otro ambiente y dejaban lugar al siguiente acto que podía incluir a uno de los músicos o a todos (y no necesariamente tocando un instrumentos), o algunos de ellos, por ejemplo caminando y tocando entre el público cómodamente sentado en silencio.

Se trató también de una concepción abstracta -por decirlo de algún modo- de “la la idea de obra”. Era como que la obra se armaba y se desarmaba: había un tensión constante de desarrollo-pausa-otro desarrollo. Había mucho cambio y quizás mucha información poco condensada, lo que hizo que algún momento se volviera demasiado volátil, y a la vez se trataba de algo muy concreto y simple. Todas esas contradicciones encontradas, por causalidad o por azar son bienvenidas en el arte vivo, en el sinsentido de la expresividad más genuina.
Si gusta o no, ya es otra cuestión mucho más subjetiva, y en este caso en particular no se trataba de encontrar la belleza o trasmitir algún tipo de mensaje más allá de lo meramente estético y experimental. Se notaba que todo estaba igualmente pensado y repensado, pero a su vez había una soltura, y algunos pasajes de encantamiento libre (oscuridad y sutiles metales -triángulos- sonando en ciclos), como también algo de improvisación.

 Tanto ejecutantes (el Ensamble LEMC) como directores (Giuliano-Sauza), y los asistentes vibraron la misma incertidumbre. Y todos nos pasó algo, y eso es quizás lo más importante. Desde no entender nada hasta un excelente experimentación coordinada. Todo lo que está en el medio y le suscitó a cualquiera de los asistentes, es tan válido como el hecho de que este evento sucediera para hacernos pensar sobre eso y aquello. El arte no se trata de si gusta o no; sino de qué nos pasa con él.

Próximamente, más información sobre nuevos espectáculos.