Nuestro Editorial

 

  El corazón de los argentinos se embanderó de celeste y blanco y los habitantes de este bendito país volvieron a sentir, como cuando eran niños y cantaban en el patio escolar, la emoción de entonar las estrofas del Himno Nacional. El mismo sentimiento y la misma pureza patriótica de entonces.

  ¿Cómo se hizo el milagro?  Se produjo el asumir que doscientos años antes, hombres como nosotros comenzaron a transitar el camino de una revolución que finalmente nos haría independientes como nación, libre y soberana. 

  El cumplirse un hito histórico de tal magnitud, nos hizo tomar conciencia colectiva, salir de la individualidad del uno para volver a ser nosotros, los hombres y mujeres de la Patria, de pié ante la historia, honrando un pasado que debe ser ejemplo para el porvenir.

   Los argentinos, al sumarse multitudinariamente a los festejos, sin distinción de clases ni de ideas políticas, dieron también su mensaje: Un mensaje de paz y convivencia. La misma que exige a quienes los gobiernan. Una convivencia con pluralidad de ideas y de esfuerzos, donde prime el interés común por sobre cualquier otro interés personal.

  Ojalá está actitud de hoy permanezca presente en nuestra vida cotidiana; ojalá que este espíritu nos acompañe siempre en el momento de tomar decisiones. Que estas banderas que engalanaron nuestras viviendas y emocionaron nuestros corazones, sigan flameando esperanzadas por un futuro trascendente donde hallen digno cobijo todos los hombres de buena voluntad que habitan el suelo argentino.  Que nunca se vuelvan a repetir los momentos oscuros de nuestra historia, y que seamos nosotros, todos, los encargados de custodiar que se cumpla el destino de grandeza que el país merece. Cada uno desde su lugar, dando ejemplo a los jóvenes, rescatando nuestros valores y rechazando la influencia de ideas foráneas que no se corresponden con la idiosincracia nacional. Para que desde todos  los confines de Argentina podamos volver a entonar orgullosos: ¡Al gran Pueblo Argentino, Salud.

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